Por si quitan el artículo de su sitio original: http://www.lanacion.com.ar/exterior/nota.asp?nota_id=638484&origen=cd_google
lo copio:
Tan errante como los bucaneros que le dieron fama, La Tortuga no fue borrada del mapa y los buscadores de tesoros podrán seguir soñando con las leyendas enterradas bajo la isla con forma de quelonio. Ningún otro sitio ha estado tan emparentado con la historia de los piratas del Caribe: el mar que en estas horas trajo tempestades supo traer en el siglo XVII el rumor de los saqueos, la ilusión de las fortunas y la tentación de la aventura. Avistada por Colón y codiciada por todos los imperios por su ubicación estratégica entre la isla La Española (hoy Haití) y Cuba, fue el refugio por excelencia de los bucaneros y filibusteros que asolaron sus aguas durante décadas. Fue, además, el origen de uno de los primeros y más extraños ensayos de sociedades utópicas. Los bucaneros, una pintoresca y temible mezcla de colonos franceses, fugitivos, desertores y desahuciados, se habían asentado a lo largo de la costa norte de La Española. Allí se dedicaban a la caza de cerdos y jabalíes, de cuya carne ahumada se alimentaban. Su nombre proviene precisamente de la palabra bucan, que era como los indígenas llamaban al lugar donde preparaban la cocción. Perseguidos por las huestes españolas, hacia 1620 debieron refugiarse en La Tortuga. Pero allí no había animales que cazar, por lo que de bucaneros se transformaron en filibusteros cuando, para sobrevivir, decidieron asaltar a los buques españoles que se cruzaran por su camino. Filibustero proviene de la palabra holandesa vrij buiter y significaba algo así como "el que va en busca del botín". Los bucaneros disfrutaban de una salvaje libertad. Autogobernados bajo una llamada Cofradía de los Hermanos de la Costa, no reconocían ninguna autoridad ni se imponían entre ellos obligaciones. Este paraíso liberal, rayano en la anarquía, donde no se admitían prejuicios de nacionalidad ni religión, expandió su atracción por el Caribe y sus habitantes se multiplicaron. Pero había una sola regla que debía respetarse a rajatabla: las mujeres blancas no eran admitidas en la isla. Los bucaneros aceptaban la compañía de negras e indígenas, pero creían que una presencia femenina europea pronto traería complicaciones y arruinaría su "sociedad perfecta". La utopía duró hasta fin de siglo. Hacia 1700, cuando las autoridades franceses los sometieron, no usaron la fuerza, sino que desembarcaron 500 mujeres blancas. Al poco tiempo se habían formado parejas, los niños comenzaron a nacer, los bucaneros se adaptaron a una nueva vida y la Cofradía de los Hermanos de la Costa se acabó para siempre. Stevenson, Salgari y Walter Scott revivieron su nombre de leyenda. Hoy, La Tortuga es una isla de miseria a la deriva del subdesarrollo. Pero alguna vez su fama y sus tesoros hicieron que los hombres soñaran con su nombre.
Javier Navia.
22 sept 2004
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